4. Factores ambientales

Son aquellos que constituyen el entorno, el ambiente, por el que se producen los desplazamientos.  

Está formado por las vías por las que se circula, con sus características propias, y por las condiciones a las que están sometidas, fundamentalmente climatológicas y de mantenimiento y conservación.  

Como es lógico, la actuación respecto a las condiciones climatológicas está limitada a la previsión y adaptación a esos fenómenos, mientras que en el caso de la conservación y el mantenimiento de las vías cabe la posibilidad de introducir programas periódicos de actuación, así como actuaciones puntuales dirigidas a la adecuación de las vías. 

En el caso concreto del sector de la construcción, no es un elemento menor el entorno donde se desarrolle la actividad. Primero porque habrá tramos donde los accesos pueden ser provisionales, donde no se haya programado una conservación expresa de las vías, y donde estén sujetos a variaciones continuas debidas a la climatología o a las efectos del paso de vehículos por la zona, erosionando esos accesos.  

De tal manera que, un tramo con unas determinadas condiciones, transcurrido un tiempo puede ver modificado su estado considerablemente sin previo aviso. 

Algunos de los aspectos a considerar sobre las vías son los siguientes: 

 

Trazado: desde un punto de vista teórico, una vía recta y amplia sería óptima para la circulación. Desgraciadamente esto no es así. Las vías deben salvar diferentes irregularidades en la orografía y cuentan con alteraciones en su trazado recto. Estas curvas por un lado introducen riesgos (por ejemplo, posibilidad de salirse de la vía) y por otro los reducen (disminuye la monotonía asociada a un itinerario monótono y sin alteraciones que puede provocar somnolencia). 

Va a ser necesario adaptar la conducción a este trazado para ganar en seguridad. Y para poder realizar con éxito esa adaptación es preciso observar aspectos como el peralte en las curvas, su amplitud, posibles limitaciones en la visibilidad. Cuántos carriles disponemos para circular, cuántos sentidos de circulación. Qué accesos y salidas hay en la vía. Si se dispone o no de espacio lateral en los márgenes por si fuera necesario detenerse en caso de avería o incidentes de seguridad. Cómo afecta la pendiente positiva o negativa a la capacidad para frenar el vehículo. 

 

Tipos de vías: en ocasiones es posible elegir entre diferentes vías. Cuando sea posible, lo ideal es elegir la más segura. Y, normalmente, las autovías y autopistas suelen estar mejor conservadas y contar con un diseño más adecuado para la circulación. Si podemos evitar vías donde se produzcan adelantamientos, en vías de doble sentido, habremos reducido el riesgo de colisión frontal, por ejemplo. 

 

Visibilidad: en ocasiones el propio diseño de la vía compromete la visibilidad, limitada, por ejemplo, en los cambios de rasante. También es posible que la conservación inadecuada haga que la presencia de vegetación, señales, etc. impida ver bien.

Cuando la visibilidad se vea comprometida, habrá que buscar cómo mejorarla, por ejemplo, con ligeros movimientos del tronco para completar la información.

Es mejor parar, observar y analizar, que afrontar situaciones cuyo resultado no es del todo previsible, incluso cuando el vehículo esté adaptado, como sucede con vehículos con tracción delantera y trasera, neumáticos adaptados, etc.  

 

Señalización: no es frecuente, pero en ocasiones la señalización ofrece información contradictoria o difícil de interpretar con rapidez. 

Puede que haya habido alteraciones en las señales, que sean provisionales de obra, etc. 

Otras veces el problema no lo introduce la señal, sino la abundancia de éstas que dificultan su interpretación. O el solapamiento entre señalización horizontal y vertical. 

La mejor estrategia consiste en observar las señales, respetarlas y cuestionarlas únicamente para tomar una decisión que sea más segura que la que indica la señal. 

Es decir, si la señal de velocidad muestra una limitación de 60 Km/ h, no es productivo cuestionar la idoneidad o no de la señal. Mejor adaptarse a ella y observar que los demás usuarios lo hagan. 

Las señales y las vías se diseñan pensando en varios perfiles de conductores y de vehículos, y lo que puede ser excesivo para ciertos conductores no lo es para otros usuarios de la vía. 

Lo que no es aceptable es que no se perciba la señal, o no se adapte la conducción a la misma.

 

Obras: las actividades de conservación y mantenimiento de carreteras son absolutamente necesarias. Pero implican, pese a todas las precauciones que se adoptan, intervenciones que, en algunos casos determinan la presencia de obreros a escasos metros de los vehículos, espacios estrechos, resaltos, márgenes reducidos. Habrá que aumentar la alerta en estos casos y no confiarse. 

 

Glorietas: si bien su objetivo es favorecer la movilidad de todos, pueden acabar provocando incidentes, sobre todo por una inadecuada comunicación entre conductores. 

En las glorietas conviene mantenerse siempre a la derecha al aproximarse a una de sus salidas, para evitar que se te crucen otros conductores. 

Actuando con cautela, observando al resto de usuarios, estableciendo contacto visual cuando sea posible y facilitando un mayor entendimiento con otros usuarios. 

 

Peatones, animales, obstáculos: puede que circulando encontremos peatones, animales u obstáculos (por ejemplo, grava o residuos o carga perdida por otros vehículos). Incluso una acumulación de agua en la vía o conforme se accede a un túnel. 

Respecto al entorno, a las condiciones climatológicas, la mejor actuación pasa por consultar la previsión climatológica previamente antes de conducir, para poder enfrentarlas con preparación y el equipamiento necesario.

De hecho, puede que, en ocasiones extremas, no sea recomendable circular.

Desgraciadamente en el sector de la construcción las ocasiones en que el trabajo puede realizarse en remoto, desde una oficina, son muy limitadas. 

Las condiciones climatológicas influyen de manera clara en la conducción, pudiendo afectar a elementos clave, como son la visibilidad, la adherencia del propio vehículo, su control y la distancia de seguridad.

 

Lluvia: puede influir tanto en la visibilidad al formar una cortina de agua como en la propia adherencia del vehículo a la calzada. En pistas de tierra puede dificultar la progresión del vehículo al erosionar el terreno sobre el que se desplaza el vehículo, pudiendo quedar atrapado dependiendo de la adaptación a ese medio tanto del vehículo como del conductor.

Como es lógico, si el vehículo no dispone de limpiaparabrisas adecuado o de neumáticos en buen estado, se introduce un factor de riesgo de pérdida de control muy importante.

Se recomienda conducir suavemente, en marchas largas y aumentando la distancia de seguridad.

Niebla: puede formar una verdadera barrera para la visibilidad. Es preferible no enfrentarse a ella y, en caso de necesidad encender las luces que equipe el vehículo.

 

Granizo: el granizo, como la lluvia, puede restar mucha visibilidad y adherencia. Además, el ruido que provoca puede generar miedo.

 

Viento: cuando sopla con intensidad puede variar la trayectoria del vehículo y sumar fatiga al volante.

 

Sol: cuando es intenso se convierte en molesto y deslumbra. Para ello, conviene usar el parasol y llevar gafas de sol.

 

Noche: supone conducción con baja visibilidad, lo que implica aumentar la distancia de seguridad y controlar la posible aparición de somnolencia o fatiga.

 

Hielo: impide el control del vehículo. Es clave identificar indicios de su presencia para adaptar la conducción y hacerla suave. Identificar zonas frías, húmedas y sombrías como fuentes de formación de placas de hielo, y estar pendiente de la temperatura exterior.

 

Nieve: puede restar adherencia y obligar a llevar cadenas, las cuales hay que saber equipar fácilmente.